martes, 15 de abril de 2014



Blanco María (Novela)



Año tras año, al llegar el mes de diciembre, la familia de Blanco María intentaba hacer lo posible por reunirse y compartir la cena de navidad y anhelaba dejar atrás algunas diferencias familiares que durante años habían impedido la unidad familiar en el seno de la misma. 

Las luchas intestinas entre sus hijos habían llevado al patriarca familiar, Rafael Blanco, a pensar en dejar un testamento para el reparto de sus bienes como forma de evitar una matanza entre sus hijos cuando él no estuviera presente físicamente. 

Lo intentó, pero lo dejó al tiempo porque como gozaba de buena salud y un estado físico impecable, nadie suponía que un enemigo inesperado estaba por visitarlo y que la llegada del mismo cambiaría para siempre el rumbo de las cosas en la familia: la esquizofrenia. 

A sus 85 años estaba bastante robusto y atlético; no iba a misa ni se confesaba porque entendía que tenía sus cuentas bien claras con su Dios, era un fiel devoto de la Virgen de la Merced y amaba el campo, a la tierra que lo había hecho prosperar y salir de la espantosa pobreza en que nació, aunque ahora se enfrentaba a un intruso que le dejaba pocas opciones. 

Había tenido que enfrentar intrusos en el pasado, entre ellos una bruja que lo atormentaba por las tardes cuando salía solo de una propiedad agrícola que tenía en las laderas del Monte Plateado, pero con las oraciones que había aprendido de su padre, la espantaba y se libraba de ella una y otra vez. Sin embargo, de este intruso parecía incapaz de librarse. 

Para Blanco María, las dificultades habían sido parte de su modus vivendi durante toda su vida: de niño pasó hambre y tuvo que abandonar la escuela para ayudar a mantener a sus hermanos; de joven un sacerdote católico le obligó a abandonar una relación sentimental bajo el alegato de que su novia estaba poseída por el diablo; sufrió las consecuencias de un amargo divorcio; su hija Rosanna había muerto a causa de una peligrosa y mortal y sus sobrinos le habían estafado con unos terrenos que costaban muchisimo dinero. 

Su enfermedad había hecho que sus hijos le impidieran andar solo. Le habían asignado custodia y ya no lo dejaban llevar el control de las actividades de su vida. Se sentía prisionero, aquel que en el pasado había trabajado tanto para hacer de su familia un poderoso clan imbatible. 

La esquizofrenia lo había golpeado muy fuerte y lo atacaba de forma extrema, a tal punto que en varias ocasiones llegaron a encontrarlo escondido en predios agrícolas ajenos los cuales invadía para "esconderme de la policía que me persigue para matarme porque tengo huelo mal". Oler mal no era algo comun en el. Ni siquiera era cierto. Pues siempre andaba bien vestido e impecable. 


Blanco María había nacido en un frío otoño, y como ese es el "Día de San Rafael" para los católicos, lo bautizaron con el nombre de "su santo". Apenas acababa de concluir la I Guerra Mundial cuando llegó al mundo. Mientras estaba ocupada su patria por los invasores yanquis, bebía leche de vaca y comía víveres en el desayuno y la cena, con un descolorido arroz con habichuelas al mediodía. Vivía en una casa de madera a la orilla del rio, la cual estaba techada de pajas y canas y dormían en una cama encaramada sobre piedras, que compartía siempre con 3 o 4 de sus hermanos.

Tenía poca ropa, y la más elegante de todas era reservada para el domingo porque era el día de ir a misa.

Era hijo de Martín María, militante activo del Partido de los Bolos, el cual era opuesto al Partido de los Coludos. Eran los partidos que competían por el control del poder político y representaban a los gallos bolos (sin cola) y coludos (con cola), pues en aquel momento, el juego de gallos era el deporte nacional. Don Martin era miembro distinguido de la Guardia nacional de entonces y era un respetado dirigente politico. 

En realidad se llamaba Martin Deschamps, y era hijo de dos ciudadanos franceses, Martin et Marie Deschamps, que huyeron de la patria de Victor Hugo tras las revueltas que ocurrieron en la Francia de mediados del Siglo XIX, los cuales encontraron en esta dulce isla un refugio, pero no libre el mismo de entuertos pues resulta que al llegar a las tierras que Colon una vez definió como "las más bellas que ojos humanos hayan visto" Don Martín y su esposa tuvieron la idea de cambiarse el apellido Deschamps por otro que evitara que fueran confundidos con los haitianos, ya que en aquel momento, la República Dominicana acababa de independizarse de Haití y Deschamps sonaba a haitiano y podría traerle problemas. Al ir a la oficialía a registrarse y haber pagado 10 francos para que accedieran a permitirles el cambio de nombre, Martín pidió un apellido hispano pero como el oficial civil que tomó la declaración era poco letrado, registró a Martin Deschamps como Martín Marie, pero resulta que Marie Deschamps era la esposa de don Martín. Ademas, Marie seguía sonando haitiano, por lo que Don Martín hizo caso omiso del error y a todo quien le preguntara como se llamaba le decía gustoso: 


-Yo llamarme Martín María. Yo ser francés. 


Decía que era francés sin preguntárselo, porque quería evitar que lo relacionaran con los haitianos. 

A Blanco María, su madre Paula le había inculcado el amor por la fe católica y el respeto al papa de entonces, Pío XI, aquel que consiguió de Benito Mussolini la autonomía para El Vaticano.

Extrañaba mucho de él que siendo su padre un mujeriego, a él no le gustara la promiscuidad con las féminas. Y es que su padre Don Martín tenía, según cuentan las vecinas que lo conocieron, más de 30 hijos con 8 mujeres diferentes.

Blanco María adoraba el ron. No podía estar sin beber, vicio que solo pudo dejar a los 70 años cuando los médicos le dijeron que si seguía tomando alcohol, lo mataría el corazón.

Su nieto más adorado era Juanito, el cuarto hijo de su hija Pinta, para el cual ordenó abrir una cuenta en el banco para que le fueran depositando dinero para sus estudios. 

Gustaba del juego de béisbol y nunca viajó porque le tenía miedo a los aviones. Era fanático de los Leones Rojos y siempre le caían mal las parejas que seleccionaban sus hijos.

Su avanzada edad le impedía hacer procesiones al Santo Cerro, para rendir tributo a la Virgen de la Merced, pero siempre hacia sus oraciones y se encomendaba al Altísimo, a quien le reconocía haber creado el mundo y haberle dado todo lo que poseía.

Odiaba profundamente a su sobrina Mercedita y había prometido que jamás la perdonaría. Dormía solo, ya que aunque compartía la casa familiar con su esposa Juana, dormían en habitaciones separadas.

Una clara mañana de verano, al rayar el alba, un fuerte olor a veneno hizo despertar de manera precipitada a su nieto Marco, hermano de Juanito, que dormía en la habitación contigua.

-Abuela, abuela, creo que papa Blanco se tomó un veneno, dijo Marco con voz de preocupación.

-No puede ser, él no es loco, respondió escuetamente Anana.

Mientras la anciana intentaba levantarse, el pequeño Marco corrió a la habitación y al encender la luz para alumbrar la habitación, pudo mirar con impotencia un pote de veneno en el suelo con su característica carabela y dos huesos entrecruzados. Era Gramoxone.

-Papá Blanco, ¿por qué lo hizo?

El anciano no respondió. Balbuceaba y Marco trató de levantarlo pero no tuvo las fuerzas para hacerlo. Desesperado salió del cuarto, cruzó el comedor y abrió la puerta trasera de la casa y se echó a correr rumbo a la casa de su madre Pinta. Allí tocó fuertemente la puerta, interrumpiendo el sueño de sus padres.

Su padre Santino preguntó desde dentro:

-¿Qué pasa hijo que te oigo tan exaltado?

-Es papá, que ha ingerido veneno y se está muriendo.

La noticia heló el alma de su hija Pinta, quien ordenó a su esposo Santino que de manera inmediata levantara a sus otros hijos de nombres Ricardo, Lucio, Juanito, Nacho y Juan José.
Todos corrieron despavoridos hacia la casona familiar para encontrarse allí con un gentío que se había aglomerado a la puerta de la casa.

Cuando llegaron, Felito, el hijo varón más pequeño de Blanco María, lo sacaba cargado en brazos y lo sentaba en una silla en el patio, mientras su otra hija Marina, hacía aprestos para salir a buscar un transporte que los trasladara al pueblo con el balbuceante anciano.

Con sus 6 pies de altura y 100 kilos de peso, Rafaelito parecía un mastodonte, un luchador olímpico, mientras intentaba en vano hacer que su anciano padre vomitara el líquido ingerido, mientras se dificultaba hallar transporte para trasladarlo al pueblo debido a que ese día había huelga del comercio por las nuevas medidas impositivas aplicadas por el gobierno.

Una hora más tarde, cuando los efectos del veneno avanzaban en el cuerpo de Blanco María, por fin llegó la guagua de Moncho, el marido de Alma, una de las personas que Blanco María más apreciaba, para transportarlo a la ciudad lo más pronto posible.

Lo separaban del pueblo unos 35 kilómetros.

Antes de que lo montaran en la guagua de Moncho, ante el reclamo de porqué lo había hecho, Blanco María solo atinó a decir que lo había hecho por las calumnias de mariana, su nuera, la esposa de Rafaelito.


Mientras lo montaban en una ambulancia que lo llevaría al hopital, Blanco María miró a Mariana fijamente a los ojos y le dijo: -Ya vas a descansar de mi y yo de ti. Y todos podrán estar en paz. 

Continuará… 

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