sábado, 17 de septiembre de 2016




Las Cartas a Evelina, una verdadera joya literaria. 







El autor, en sus cartas, se adentra en las ruinas de la ciudad de Santo Domingo de Guzmán, en su rico pasado, no sin dejar a un lado las críticas disfrazadas a la tiranía trujillista. 

I de III


Por: Lic. Jorge Jiménez María.



La Vega, RD.- Las cartas a Evelina son una valiosa joya literaria de la autoría del escritor dominicano Francisco Moscoso Puello que datan del año 1946. En la carta número 21, el autor analiza el modo de vida capitalino de mediados de los 40 bajo la dictadura trujillista. Muchas cosas han cambiado hoy 70 años después. Según cuenta el autor, para esa época en la capital vivían “apenas sesenta mil almas” que vivían oprimidas bajo el fragor de la dictadura trujillista. Para Moscoso Puello, los dominicanos somos una mezcla de San Francisco de Asís, del Fuerte de la Concepción, de los viajes de Colón, del Convento de los Jesuitas. No es posible concebir la dominicanidad sin tomar en cuenta esas piedras, esas ruinas que yacen en la ciudad colonial.

Reunirse con don Luis Alemar llevaba al autor a tomar un tour imaginario por esa rica, pero sufrida historia colonial que tuvo nuestra isla, en la que convivían el blanco español, el negro esclavo y el indio manso y donde el poder político era detentado por los ibéricos, quienes impusieron su voluntad para someter a indios y negros, generando una lucha de clases entre dominadores y dominados, gobernantes y subordinados, que se mantiene hasta nuestros días. 

El autor ama la ciudad, dice que es gloriosa, “preñada de tradiciones, incomparable”. Santo Domingo de Guzmán es una joya bajo el sol que poseemos los dominicanos pero la cual no hemos valorado en su justa dimensión. Es la cuna de Duarte, el padre de la patria y uno de los más grandes lideres políticos que ha parido nuestra patria. De seguro le llega el recuerdo de aquel acto heróico que nos dio vida como nación independiente. Fue en Santo Domingo de Guzmán donde se proclamó la independencia de la isla. Desde aquel 27 de febrero de 1844 somos una nación libre y soberana. Era 1844. Al viajar mas atrás, cae en 1821 y ve a Núñez de Cáceres entregando las llaves de la ciudad a Boyer, como símbolo de la unificación de la isla y del aborto de nuestro primer intento soberanista. Vendrían 22 anos de oprobiosa dominación haitiana.


En esas ruinas que aun conservamos en la ciudad colonial, también queda el recuerdo de aquellos días cuando vino Toussaint Louverture con planes de unir la isla como una sola e indivisible. El autor se imagina a Louverture montado en su caballo, anunciando la unificación de la isla. Era 1801.  Nuestro relator se va casi 300 anos atrás hacia el pasado y se imagina a Fray Antón de Montesinos lanzando proclamas a favor de la protección de los indígenas, ve a los negros cargando materiales para construir la Catedral Primada de América, enclave del poder religioso que siempre ha ido a la par con el político en nuestra isla y que no pueden vivir el uno sin el otro, como si de un matrimonio se tratase;  oye hablar a Nicolás de Ovando, el hombre que construyó la ciudad en la margen occidental del Río Ozama, tras ser devastada por un fenómeno natural, y es casi seguro que lo oye pronunciando un gran discurso, porque se dice que era buen orador. Cuando Moscoso Puello sigue avanzando en este viaje imaginario, ve a Colon y a Guacanágarix sentados bajo una mata de mango hablando de cómo facilitar las cosas para que los indios fueran sumisos y los españoles pudieran penetrar en nuestra isla sin enfrentar una férrea resistencia de parte de los taínos;

Cont...


El autor es abogado.